Hace una semana en clase saltó el debate. Estábamos comentando los capítulos de Sweezy cuando algosnas voces discreparon con la postura de que los servicios no aporten nada sustancial a la economía; que no aporten valor.
Por un lado, es cierto que primero hay que comer para después poder pensar. Esta es la famosa pirámide de necesidades que el hombre debe cubrir. Parece lógico que podemos sobrevivir más tiempo sin recursos simbólicos que sin agua. Sin embargo, a largo plazo esto es mucho más cuestionable.
El hecho lo tenemos muy cerca: en nuestras sociedades occidentales avanzadas, donde pasar hambre es casi difícil, muchos ciudadanos vivimos "en un sin vivir". Nos agobiamos con falsos problemas, nos hallamos perdidos para definir nuestro yo y para proyectarlo hacia el futuro. Dios ya no da ninguna respuesta satisfactoria, y la Modernidad agota sus promesas de crecimiento infinito y felicidad por la via del conocimiento científico. En definitiva, la ciencia avanza, pero no somos más felices. Y aquí podríamos hablar de tantas formas de suicidio que nos rodean: desde las que pasan por el filo de un cuchillo, a las que ponen de excusa al alcohol y el volante para disimular un profundo desdén hacia la vida; hacia la propia y hacia la ajena.
Los recursos simbólicos, por tanto, son tan importantes para la vida como los materiales. Pero, ¿producen valor económico? Mi respuesta es que sí. Un buen profesor puede transmitir (con colaboración de sus alumnos) valor al futuro producto de sus alumnos. Pero, es más, un libro profundo y difundido es capaz de alimentar las más diversas actividades. Hay valores, por otro lado, que no son cuantificables ni acumulables, y que por tanto quedan a la sombra en las teorías materialistas más cientifistas. Por ejemplo, que mi madre cocine y limpie todos los días: su trabajo me permite a mí salir del hogar y reflexionar como lo estoy haciendo ahora. Pero es que mujeres como ellas -y pocos hombres, esperemos que cada vez más y compatible con el trabajo extramuros- son las que elevan la esperanza de vida de este país hasta límites inalcanzables para otros. ¡Nuestras casas están limpias y nuestra comida no es prefabricada! ¿No ayuda a la productividad de una economía que sus trabajadores estén sanos? ¿No añade entonces mi madre valor a través de la repetición de sus tareas interminables?
Pero, además, ¿no producimos mejor si el tendero de la esquina nos sonríe al vendernos el pan y nos pregunta por la familia? Y, para rizar el rizo: ¿No se supone que la economía está para pensar en cómo satisfacer las necesidades del hombre en un contexto de escasez? ¿y no son esas escaseces subjetivas? Quizás entonces deberíamos recurrir un poco al budismo la próxima vez que hablemos de la importancia de lo no material en la vida social.
Por un lado, es cierto que primero hay que comer para después poder pensar. Esta es la famosa pirámide de necesidades que el hombre debe cubrir. Parece lógico que podemos sobrevivir más tiempo sin recursos simbólicos que sin agua. Sin embargo, a largo plazo esto es mucho más cuestionable.
El hecho lo tenemos muy cerca: en nuestras sociedades occidentales avanzadas, donde pasar hambre es casi difícil, muchos ciudadanos vivimos "en un sin vivir". Nos agobiamos con falsos problemas, nos hallamos perdidos para definir nuestro yo y para proyectarlo hacia el futuro. Dios ya no da ninguna respuesta satisfactoria, y la Modernidad agota sus promesas de crecimiento infinito y felicidad por la via del conocimiento científico. En definitiva, la ciencia avanza, pero no somos más felices. Y aquí podríamos hablar de tantas formas de suicidio que nos rodean: desde las que pasan por el filo de un cuchillo, a las que ponen de excusa al alcohol y el volante para disimular un profundo desdén hacia la vida; hacia la propia y hacia la ajena.
Los recursos simbólicos, por tanto, son tan importantes para la vida como los materiales. Pero, ¿producen valor económico? Mi respuesta es que sí. Un buen profesor puede transmitir (con colaboración de sus alumnos) valor al futuro producto de sus alumnos. Pero, es más, un libro profundo y difundido es capaz de alimentar las más diversas actividades. Hay valores, por otro lado, que no son cuantificables ni acumulables, y que por tanto quedan a la sombra en las teorías materialistas más cientifistas. Por ejemplo, que mi madre cocine y limpie todos los días: su trabajo me permite a mí salir del hogar y reflexionar como lo estoy haciendo ahora. Pero es que mujeres como ellas -y pocos hombres, esperemos que cada vez más y compatible con el trabajo extramuros- son las que elevan la esperanza de vida de este país hasta límites inalcanzables para otros. ¡Nuestras casas están limpias y nuestra comida no es prefabricada! ¿No ayuda a la productividad de una economía que sus trabajadores estén sanos? ¿No añade entonces mi madre valor a través de la repetición de sus tareas interminables?
Pero, además, ¿no producimos mejor si el tendero de la esquina nos sonríe al vendernos el pan y nos pregunta por la familia? Y, para rizar el rizo: ¿No se supone que la economía está para pensar en cómo satisfacer las necesidades del hombre en un contexto de escasez? ¿y no son esas escaseces subjetivas? Quizás entonces deberíamos recurrir un poco al budismo la próxima vez que hablemos de la importancia de lo no material en la vida social.
Totalmente de acuerdo!! El contenido es importante...pero la forma también es deseable!!
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