Leo otra noticia más de corrupción, y ya no veo los nombres, ni los cargos, ni los millones que se llevaron. Sí, puede que sea el efecto de la fiebre que me persigue desde el domingo, pero es que ya no los veo. Estoy harto de lo mismo y algo dentro de mí se rebela contra el olor a cuerno quemado, aunque hasta hoy no sabía bien porqué.
De repente, una idea me asalta y me revuelve por dentro. ¿Quién es nadie en este país para juzgar a nadie por ladrón? Sé que suena a barbarie, a delirio febril, pero hoy me parece que la barbarie está más fuera de mí que dentro. Me explico : ¿quién de vosotros no se sonríe para adentro cuando no le cobran el IVA al pagar un hotel? ¿Quién me va a negar que en TODA compra-venta inmobiliria (repito, en TODA: las de nuestros amigos, padres, hermanos y en las nuestras propias), ha estado siempre el dinero negro a raudales haciendo de lubricante para la obscenidad especulativa? Y ¿por qué no hemos hecho nada?
Esta es la crónica de un ritmo insostenible, de una sociedad que ya no es sociedad, pues ni se respeta ni se ama. Una sociedad en que las normas son consideradas como exógenas y, por tanto, si puedes no cumplirlas, mejor. Pero es aún peor. En una sociedad como la que describo, pero aún coherente, nadie se rasgaría las vestiduras por los casos de corrupción (si acaso les tildaríamos de "primos" por haberse dejado pillar). Así reaccionan muchos del PP, que no dudan en que Camps -entre otros- es su líder iluminado, sacara los famosos trajes de donde salieran. Pero casi me preocupa más el cinismo de todos los demás -y aquí me incluyo. ¿Por qué no va a robar el político a todos, si cada vez que hacemos reforma en casa, robamos los impuestos que mantienen -por ejemplo- la sanidad pública? ¿Qué autoridad moral nos queda a ninguno?
Lo que oigo por todos lados es que hacen falta más inspecciones. ¡Sería inútil!. Si algo he podido aprender en Ciencias Políticas es el hecho de que las normas tienen "un final por arriba" que acaba en la moral. Es decir: en último lugar, nadie vigila al que vigila salvo él mismo. Ahí reside la importancia de la legitimidad. Los redactores de nuestra constitución lo sabían, y por eso ¨(por ejemplo) no existe sanción prevista para el presidente del gobierno si no convoca elecciones a los 4 años; ¡simplemente se rompería el orden constitucional!¡No cabe pensar que quien es elegido democráticamente vaya a romper el orden democrático! Sería la guerra civil; la ruptura.
Ya sé que las rupturas quedan feas, que son las hijas románticas de la soberbia de los hombres que se creen omnipotentes y buscan una solución final a todos los males; pero aquí no es que la busquemos, es que en este punto las opciones son ruptura o putrefacción. Las rupturas no sólo son hechos; tienen una dimensión simbólica sin la que no son nada. Tras caer tan bajo, necesitamos un símbolo de dimensiones monumentales que agite las conciencias, que coloque esta actitud digna de la "cueva de Alí Babá" en el pasado. Para empezar, todos debemos reconocer el fracaso, empezando por nuestros representantes, quienes se suponen especialmente bien posicionados intelectualmente para verlo y guiarnos. No estaría de sobra algo como una intervención del Rey fuera de la monotonía navideña, acompañado por el presidente, ese exiliado de la navidad. Algo debe romperse dentro de nosotros para poder empezar una senda nueva. Quizás también habría que convocar unas elecciones democráticas -de verdad, abiertas- para elegir un asamblea de sabios que propusiera y sometiera a referendum los cambios que considerase necesarios -labor que es en parte la propia de nuestra infante y manca academia. Hace falta unas elecciones fuera de tiempo -al menos, municipales- y renovadas, con nuevos mecanismos, incorporando una democracia más participativa; más comprometida y consciente. No podemos seguir con estas estructuras desfasadas y chirriantes.
Pero sin duda lo que más justo parece es una amnistía para ladrones de poca monta, para pequeños fraudes a la hacienda, para pequeñas evasiones de impuestos; en definitiva, para el robo de la barra de pan. Y es que, tal y como decía al principio, ¿cómo nos hemos atrevido a encerrar a estos ladronzuelos cuando el timo y la estafa es la regla en nuestro pais, y no la excepción? España sigue doliendo. Pero ya huele demasiado.
De repente, una idea me asalta y me revuelve por dentro. ¿Quién es nadie en este país para juzgar a nadie por ladrón? Sé que suena a barbarie, a delirio febril, pero hoy me parece que la barbarie está más fuera de mí que dentro. Me explico : ¿quién de vosotros no se sonríe para adentro cuando no le cobran el IVA al pagar un hotel? ¿Quién me va a negar que en TODA compra-venta inmobiliria (repito, en TODA: las de nuestros amigos, padres, hermanos y en las nuestras propias), ha estado siempre el dinero negro a raudales haciendo de lubricante para la obscenidad especulativa? Y ¿por qué no hemos hecho nada?
Esta es la crónica de un ritmo insostenible, de una sociedad que ya no es sociedad, pues ni se respeta ni se ama. Una sociedad en que las normas son consideradas como exógenas y, por tanto, si puedes no cumplirlas, mejor. Pero es aún peor. En una sociedad como la que describo, pero aún coherente, nadie se rasgaría las vestiduras por los casos de corrupción (si acaso les tildaríamos de "primos" por haberse dejado pillar). Así reaccionan muchos del PP, que no dudan en que Camps -entre otros- es su líder iluminado, sacara los famosos trajes de donde salieran. Pero casi me preocupa más el cinismo de todos los demás -y aquí me incluyo. ¿Por qué no va a robar el político a todos, si cada vez que hacemos reforma en casa, robamos los impuestos que mantienen -por ejemplo- la sanidad pública? ¿Qué autoridad moral nos queda a ninguno?
Lo que oigo por todos lados es que hacen falta más inspecciones. ¡Sería inútil!. Si algo he podido aprender en Ciencias Políticas es el hecho de que las normas tienen "un final por arriba" que acaba en la moral. Es decir: en último lugar, nadie vigila al que vigila salvo él mismo. Ahí reside la importancia de la legitimidad. Los redactores de nuestra constitución lo sabían, y por eso ¨(por ejemplo) no existe sanción prevista para el presidente del gobierno si no convoca elecciones a los 4 años; ¡simplemente se rompería el orden constitucional!¡No cabe pensar que quien es elegido democráticamente vaya a romper el orden democrático! Sería la guerra civil; la ruptura.
Ya sé que las rupturas quedan feas, que son las hijas románticas de la soberbia de los hombres que se creen omnipotentes y buscan una solución final a todos los males; pero aquí no es que la busquemos, es que en este punto las opciones son ruptura o putrefacción. Las rupturas no sólo son hechos; tienen una dimensión simbólica sin la que no son nada. Tras caer tan bajo, necesitamos un símbolo de dimensiones monumentales que agite las conciencias, que coloque esta actitud digna de la "cueva de Alí Babá" en el pasado. Para empezar, todos debemos reconocer el fracaso, empezando por nuestros representantes, quienes se suponen especialmente bien posicionados intelectualmente para verlo y guiarnos. No estaría de sobra algo como una intervención del Rey fuera de la monotonía navideña, acompañado por el presidente, ese exiliado de la navidad. Algo debe romperse dentro de nosotros para poder empezar una senda nueva. Quizás también habría que convocar unas elecciones democráticas -de verdad, abiertas- para elegir un asamblea de sabios que propusiera y sometiera a referendum los cambios que considerase necesarios -labor que es en parte la propia de nuestra infante y manca academia. Hace falta unas elecciones fuera de tiempo -al menos, municipales- y renovadas, con nuevos mecanismos, incorporando una democracia más participativa; más comprometida y consciente. No podemos seguir con estas estructuras desfasadas y chirriantes.
Pero sin duda lo que más justo parece es una amnistía para ladrones de poca monta, para pequeños fraudes a la hacienda, para pequeñas evasiones de impuestos; en definitiva, para el robo de la barra de pan. Y es que, tal y como decía al principio, ¿cómo nos hemos atrevido a encerrar a estos ladronzuelos cuando el timo y la estafa es la regla en nuestro pais, y no la excepción? España sigue doliendo. Pero ya huele demasiado.