Como observador de uno de los grupos en los que nos dividimos para comentar el tema que el título introduce he ordenado las distintas experiencias y anécdotas en tres puntos. Aunque intenté recoger lo más posible de forma escrita, me parece que hay una parte muy importante que no era transcribible y que aquí introduzco a través de aportaciones e interpretaciones mias que traducen todas esas partes de la comunicación que no son palabras.
- El primer punto engloba todas las críticas al profesorado, que pueden resumirse en una valoración: parte de nuestros enseñantes adolecen de ineptitud y de incomprensivas obsesiones. Entre las anécdotas destacan la de un compañero al que una profesora suspendió por no seguir el manual de su gusto, pese a hacer un examen de notable (como una comisión independiente corroboró más tarde). Para mayor insidia, esta profesora, según el compañero, resultaba ser una enseñante bastante limitada que, como parece ser común en estos casos, tenía además el empeño de hacer obligatoria la asistencia a clase. Todo esto se vuelve irónico cuando algunos profesores faltan a clase sin ningún tipo de aviso, dejando a quizás 40 personas esperando. Y si malo es que un profesor establezca exigencias rígidas y caprichosas, también provoca malestar la indefinición de criterios, o su variabilidad extrema a lo largo del curso. Otra compañera nos relata su caso, en el que los "tejemanejes" de departamento y el poder de un profesor en particular le imposibilitaba aprobar otras asignaturas hasta superar la del susodicho enseñante. Algunos casos suenan entre escandaloso y simpático , como el de un profesor que valoraba más el aspecto formal de los trabajos (como la tabulación o el tamaño de la letra) que el contenido. Por el contrario, nada divertido fue escuchar la experiencia de otra compañera que, teniendo un problema con la matrícula al final del curso por el que aparecía como "no matriculada" en una asignatura que ya había aprobado, pidió al profesor en cuestión que le guardara la nota que con tanto esfuerzo había conseguido para el año siguiente y este se negó sin añadir razones.
- Aunque no entramos en ningún momento a valorar las soluciones concretas que podrían darse a estos problemas, parece obvio que estarán en la línea de posibilitar mayores controles, tanto por parte de expertos como de los alumnos mismos. Coincidimos todos en que grandes investigadores no tienen por qué ser grandes profesores, y que nosotros, los alumnos, no tenemos por qué sufrir la dictadura de los grupos llenos que nos redirigen hacia profesores de los que todos huimos.
- El segundo bloque enlaza con la última anécdota contada, pues incluye todos los problemas administrativos y de horarios que se nos presentan en la carrera. Las aglomeraciones en secretaría en septiembre, los impedimentos informáticos durante la matriculación y tener que completar créditos como sea son hechos que endurecen la carrera, así como los madrugones y los horarios imposibles, pensados para los profesores y no para los alumnos, con montones de asignaturas, de horas de clase que debemos compatibilizar con nuestras vidas y gustos; asignaturas que luego corresponden en febrero, junio y septiembre con horarios de exámenes que en ocasiones se superponen y no publicados hasta después de haber elegido.También podríamos incluir aquí los problemas de las instalaciones, como el frío que pasamos en invierno, la incomodidad de las sillas o el mal sabor del agua.
- Si al hablar de lo mejor de nuestra experiencia educativa mencionábamos el aspecto personal-afectivo, aquí aparece la otra cara de la moneda: aunque no se mencionó ningún enfrentamiento con los compañeros de forma explícita, sí la pérdida de estos a lo largo de la carrera por "diversos motivos", principalmente por no volver a coincidir. Respecto a esto, me gustaría decir que esta universidad no parece que tenga un buen funcionamiento para con sus antiguos alumnos, un espacio tanto virtual como real para que no se pierda ni el contacto universidad-exalumno ni el contacto entre ex-alumnos.
Buena síntesis. Gracias y un abrazo, Roberto Carballo
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